lunes, julio 18, 2005

un estuche casi equivocado

El paseo en ascensor se había vuelto aburrido y monótono. Los espejos desplegados en cada una de las paredes parecían haberse tragado todo vestigio de calidez y cercanía, transformando al ascensor en un lugar frío e indiferente. Como siempre, como todas las mañanas, me encontraba bajando en silencio, sin movimientos, sin nada, solo, envuelto otra vez en los vidrios luminosos de un infinito artificial, sumergido en las aguas de un río congelado.

Dos o tres veces, recuerdo, cerré los ojos para imaginarme atravesando pisos y paredes como un ser etéreo capaz de traspasarlo todo con la vista. Y veía entonces a los habitantes de cada piso moverse en pequeños círculos, como macaquitos en cautiverio realizando sus actividades cotidianas, cumpliendo sus rutinas, tal como yo lo hacía minutos antes. Intenté no conmoverme, mantener la compasión escondida y oprimida en los baches de la inconciencia, callar esa parte de mí que lloraba y reía al mismo tiempo. Quería, quería, quería no sentir lástima y pensar en el desprecio como un simple disfraz que usa la lástima. Pero no pude.

Antes de que la puerta metálica se plegara para dejarme pasar, memoricé por última vez el libreto, ensayando en el escenario de mi mente cada paso a seguir, cada palabra a decir a lo largo del día. Ya podía sentir cómo el portero se despegaba de su silla, mascullando algún insulto contra esa persona que pronto interrumpiría su descanso. Cuando saliera, sin embargo, lo vería con su rostro serio y sereno, con la mano calzando perfectamente en el pestillo, mirando hacia la calle gris a través del vidrio empañado por su aliento, listo para darme el paso.

Y así fue.

Afuera todo continuaba funcionando igual. El verdulero en la verdulería, el panadero en la panadería, el guarda en el ómnibus y el perro ladrando atado a un poste de luz. Miré por última vez y me quité los ojos, con cuidado de no rayarlos. De uno de los bolsillos de la campera extraje un estuche de plástico negro y coloqué allí las dos bolitas húmedas. Sentí frío. Metí la mano en el otro bolsillo y palpé el estuche agamuzado, pero antes de alcanzar a abrirlo oí la voz de un niño que me miraba en silencio. Cabizbajo, estacado al suelo, no me quedó más remedio que aguardar a que su madre le tironeara del brazo para poder sacar los ojos del estuche y colocármelos. El frío punzante me hizo desear la idea de alzar la mirada ciega y mostrarle al pequeño los dos huecos negros.

Por un momento pensé que había dejado en casa el estuche equivocado, pero cuando el perro me señaló con el hocico al heladero, suspiré. El señor de blanco se deslizaba al ras de la calle, contra el cordón de la vereda, con las ruedas del carrito suspendidas en el aire. Sus piernas no se movían, flotaban sobre el cemento congelado, como si la gravedad no le incumbiera. Sin embargo, como me dijo el perro, lo absurdo era que se largara a vender helados en pleno invierno. Di las gracias por el comentario inútil y arranqué a caminar en dirección contraria al viento.

4 comentarios:

Carolina Moro dijo...

"Cada mañana resurges forzosamente del sueño para enfrentarte algo mucho peor de los que nos tocó vivir el día anterior; pero al hablar del mundo que existía antes de ir a dormir puedes engañarte a ti mismo y creer que el día de hoy es sólo un espejismo, ni más ni menos real que el recuerdo que guardas en tu interior de todos los otros días"

"Cuando vives en la ciudad, aprendes a no dar nada por sentado. Cierras los ojos un momento, o te das vuelta para mirar otra cosa y aquella que tenías delante desaparece de repente. Nada perdura, ya ves, ni siquiera los pensamientos dentro tuyo. Y no vale perder el tiempo buscándolos; una vez que una cosa desaparece, ha llegado a su fin"
(El país de las últimas cosas, P.A.)

Ojos que no son y estuches casi equivocados para guardarlos. Perros que hablan y heladeros de delantal blanco en pleno invierno.
Un gusto conocerlo.
C.

Anónimo dijo...

Maes:

aprenderé mucho de usted.
Cuando el tiempo no apremie, sacudiré mi polvosa figura en su estancia.
Por lo pronto el contacto ya existe.
Agradezco su visita.

Anónimo dijo...

Maes:

aprenderé mucho de usted.
Cuando el tiempo no apremie, sacudiré mi polvosa figura en su estancia.
Por lo pronto el contacto ya existe.
Agradezco su visita.

Anónimo dijo...

Maes:

aprenderé mucho de usted.
Cuando el tiempo no apremie, sacudiré mi polvosa figura en su estancia.
Por lo pronto el contacto ya existe.
Agradezco su visita.