domingo, julio 17, 2005

¡saltar!

Que me despierte, que me despierte, ¡sí, ya voy! Si me levantara y apagara el maldito despertador que me insulta y grita martillando oídos como este lápiz el papel que no existe.

Que me despierte, que me despierte, sí, pero para salir de aquí dentro... Me veo tan pequeño desde afuera, escondido como un ciego detrás del vidrio de la ventana que arroja luz sobre mí. Y es tan grande y gorda esta bolsa de tela que aún no encuentro la entrada por la que entré, ese hoyo estirable que yo quiero que se transforme de una vez por todas en salida para que pueda salirme.

Encima ella, maldita partitura de la razón, de la que no entiendo siquiera la forma, mucho menos su función en el mundo y en mi vida; para qué es que sirve. Y si venían aquellos sacerdotes persiguiéndome recién (ahora yo detrás de la puerta a salvo); si ya pasaron, ¿por qué no viene de vuelta a buscarme, jeroglífico informe, y a enseñarme esos rellenos vacíos con los que yo debo completar mis débiles vasos?

Igual, déjela. A todo esto ya son las once y no hay remedio ni regateo posible, y todas las puertas de la ciudad ya están abiertas, prontas nuevamente para obligarme a pensar.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Opa opa, nos vamos para arriba!!!!

El señor K. dijo...

Jeroglíficos, críptica escritura de la razón que dibuja invisibles mensajes en los cristales de los edificios, monumentos de la lógica cartesiana.
A eso de las siete de la tarde, a contraluz, el gran libro de la ciudad puede leerse completo. Le doy el dato.