jueves, diciembre 02, 2010

comillas otra vez me repito qué me importa es imposible dejar de pedir prestado

Aquello que hay en mí, que no soy yo, y que busco.
Aquello que hay en mí, y que a veces pienso que
también soy yo, y no encuentro.
Aquello que aparece porque sí, brilla un instante y luego
se va por años
y años.
Aquello que yo también olvido.
Aquello
próximo al amor, que no es exactamente amor;
que podría confundirse con la libertad,
con la verdad
con la absoluta identidad del ser
-y que no puede, sin embargo, ser contenido en palabras
pensado en conceptos
no puede ser siquiera recordado como es.

Es lo que es, y no es mío, y a veces está en mí
(muy pocas veces); y cuando está,
se acuerda de sí mismo
lo recuerdo y lo pienso y lo conozco.

Es inútil buscarlo; cuanto más se le busca
más remoto parece, más se esconde.
Es preciso olvidarlo por completo,
llegar casi al suicidio
(porque sin ello la vida no vale)
(porque los que no conocieron aquello creen que la vida no vale)
(por eso el mundo rechina cuando gira).

Este es mi mal, y mi razón de ser.

***

He visto a Dios
cruzar por la mirada de una puta
hacerme señas con las antenas de una hormiga
hacerse vino en un racimo de uvas olvidado en la parra
visitarme en un sueño con el aspecto repulsivo de una babosa gigantesca;
he visto a Dios en un rayo de sol que oblicuamente animaba
la tarde;
en el buzo violeta de mi amante después de una tormenta;
en la luz roja de un semáforo
en una abeja que libaba empecinadamente de una florcita
miserable, mustia y pisoteada, en la plaza Congreso;
he visto a Dios incluso en una iglesia.


De "El discurso vacío", de Mario Levrero (1996).

viernes, noviembre 26, 2010

comillas para nada vacías

Lo importante ahora es salir del estado catatónico; no importa que la salida no sea elegante. Lo único que estoy pidiéndome a mí mismo, lo único que he comenzado a pedirme y aun a exigirme, es la acción; tanto la acción de este tipo -escribir modestamente dos carillas- como la salida al mundo exterior, aunque sea caminar dos o tres cuadras para comprar cigarrillos. Debo luchar contra las fobias y contra la inmovilidad, la pasividad, sobre todo porque detrás de esta pasividad se oculta una poderosa fuerza destructiva. Sería preferible que rompiera objetos, que hiciera cualquier cosa antes que continuar en un estado insensato de espera, durante el cual nada se va a resolver, y yo voy a seguir acumulando frustración y rabia. La rabia ya no está dirigida hacia nadie en particular, salvo, creo, yo mismo. Si bien las circunstancias son un cúmulo de desastres y de situaciones desagradables, mi mala respuesta a las mismas -lenta, torpe, insegura- sólo consigue agravar esas circunstancias y complicar aún más la posibilidad de soluciones.


De "El discurso vacío", de Mario Levrero (1996).

lunes, junio 28, 2010

comillas: cualquier similitud con la realidad no es mera coincidencia

Viviendo como bestias,
ensuciando nuestros propios nidos,
Humo y Vapor, cristales rotos y latas de cerveza,
Mierda de la civilización ensuciando las calles
Delgada neblina negra sobre los apartamentos
corrientes de agua llenas de petróleo
compañeros peces muertos---



De "La caída de América", de Allen Ginsberg (1973).

martes, junio 01, 2010

comillas canallas

Temo recuperar la memoria de mí mismo. Temo perder la disciplina, casi militar, que ahora tengo, y con ellas mis ganancias en dinero y, por qué no decirlo, en ciertas formas de salud: me despierto más temprano, más ágil, más interesado en cosas del llamado "mundo exterior", con un talante más afable y sintiendo el cuerpo menos dolorido. Tengo ciertas alegrías y bienestares que antes no conocía. También disfruto de algunos bienes materiales que antes no tenía ni creía posible llegar a tener, como, por ejemplo, una heladera eléctrica. Sin embargo, sé íntimamente que esas formas de salud son formas de enfermedad, porque todo lo que pueda estar disfrutando ahora tiene un tinte sospechoso, y un precio atroz. Este precio es algo bastante parecido al desprecio, a un íntimo desprecio por mí mismo. Me estoy reprochando el haber claudicado como artista; fue anoche que encontré, y ya no creo en la casualidad, una frase de Bernard Shaw acerca del artista: "Debe matar de hambre a su mujer y a sus cinco hijos y hacer que su anciana madre de setenta años trabaje para él; todo, antes de claudicar". Citada fuera de su contexto por Gómez de la Serna, esta frase, cuya ironía no sé calibrar, me sirvió de todos modos para expresar eso que yo venía sintiendo, y no por el hecho de no escribir, que siempre es un acto secundario y a menudo prescindible, sino por la forma de estar en el mundo y por una escala de valores que uno se ha creado y que debería mantener a toda costa.

Pero ya me está apenando tener al lector, por más hipotético que sea, pendiente -si es que todavía sigue allí- de estos ridículos conflictos míos. En otras circunstancias yo habría entrado derechamente al tema, habría agotado mis manantiales de horror, le habría vendido mi despreciable mercadería sin que él osara desviar ni por un instante la vista del texto, fascinado por una prosa límpida que teje una estructura perfecta, una traba de redes en las que él inútilmente puede agitarse: no le habría permitido escapar hasta que hubiera agotado la pestilente medicina. Ahora, con cierto rubor, imagino una serie de lectores dispersos, que entran y salen en mi prosa cuando quieren, que saltean párrafos enteros, buscando sustancia, que cierran el libro y deciden no volver a leer nunca más. Pero no estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación (iba a escribir: de disección), a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas paredes de mi apartamento montevideano, que ya no volveré a ver, a ciertos paisajes, a ciertas presencias. Sí, lo voy a hacer,. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.


De "Diario de un canalla", de Mario Levrero.

miércoles, marzo 10, 2010

armatostes

una espera inducida
un dulce final
que no llega, no existe
quién lo escribirá

no hay guión, no hay actores
sólo nosotros
y el que dobla las voces
los que esperarán

mundos de acción
estrellas que vuelan
en otra dirección
tiempos ajenos

alguien toma un martillo y rompe el cristal
corre sin prisa y encuentra calor
lo suelta y se muda a otra ciudad

se postula y pierde, no importa ganar
vende su ropa, cambia el disfraz
grita en las calles, maldice y se va

podrías ser vos, podría ser yo
pero somos cobardes lentos
armatostes cargados de intenciones
y sueños