domingo, agosto 07, 2005

pienso en la rana

Todos los días había una rana que me esperaba sentada en la vereda. Yo salía de casa, cerraba el portón y le eructaba. Ella nunca me miraba cuando me iba a la escuela, pero siempre se reía, burlándose de mí. La quería matar, librarme de ella, asarla a la parrilla.

En casa mamá solía prender la estufa a leña. Mi padre nunca lo hacía. A veces comprábamos morcilla, chorizos, algo de carne y asábamos todo ahí, con un par de morrones y una cebolla. Era rico comer los inviernos. Se iba el frío y dejaba cuatro platos servidos en la mesa, dos vasos de vino y dos de agua. Casi nunca comprábamos Coca Cola, aunque mis padres tomaran vino. Ellos decían que su botella les duraba una semana y que la Coca no valía la pena porque se nos iba en el día. Eso decían.

Me gustaba cuando venía el camión cargado de leña y tiraba los troncos frente a casa. Mi hermano, mi madre y yo los llevábamos en carretilla hasta el fondo. No sé por qué mi hermano y yo siempre estábamos vestidos con la misma ropa, con el uniforme de gimnasia de la escuela. Muchas veces vestidos igual, no sé por qué. Y mi padre nunca estaba. Él trabajaba hasta tarde y nunca aparecía antes de las nueve. Sólo los domingos podíamos hacer cosas juntos. El camión se iba y entre los tres llevábamos todo hasta el fondo y lo apilábamos contra la pared. Me gustaba cuando prendíamos la estufa en invierno. Me gustaba bajarme del ómnibus y ver el humo saliendo de la chimenea. Podía sentir el calor media cuadra antes de llegar a casa. A veces el sabor a carne. Espantaba la rana, abría la puerta, tiraba la mochila, me sentaba junto a la estufa y miraba televisión, mientras la grasa caía a chorros sobre las cenizas y la saliva se me hacía ríos en la boca. Me gustaba ver a mamá cortando el pan a través de la puerta de la cocina. Odiaba cuando la tranquita del piso se zafaba y la puerta vaivén nos separaba intermitentemente. Qué estúpido mi hermano. Siempre que pasaba desbloqueaba la puerta y nunca la volvía a poner en su lugar. Entonces mamá quedaba de aquel lado, cortando pan, y yo de éste, mirando la carne asarse en la estufa, alternando la vista entre la grasa y la televisión, ansiando que llegaran los reclames para ir a robarle una rodaja y asaltar la parrilla.

Más que la carne me atraía el paisaje de brasas ardiendo, y nunca hice caso de las advertencias. ¿Por qué me iba a mear en la cama si jugaba con fuego? Siempre sospeché y descubrí las mentiras. Cuando no había nadie más en casa solía agarrar un pomo verde, llenarlo de alcohol o kerosén y rociarlo sobre la estufa. No sólo para encenderla. Me hipnotizaba ver el chorro de combustible prenderse fuego y sentir mi cara iluminada por el calor. Me gustaba apretar el pomo lentamente y arriesgarme, achicando la distancia entre las llamas y mi mano. Lo mismo hacía con los aerosoles y todo lo que pudiera incendiarse. Diarios, revistas, petardos, facturas de teléfono. La sonrisa piromaniaca se me dibujaba de oreja a oreja. Se estiraba demasiado. A veces dolía. Verde, ansiosa, chispeante, como la rana que nunca más rió desde la vereda.

Pero ahora no compramos más leña. Hace tiempo que no cargo los troncos hasta el fondo y no siento el olor media cuadra antes de llegar a casa. Y mi padre sigue llegando tarde, aunque los martes y jueves hace el esfuerzo para salir temprano e ir al club en el auto con mamá. A ella le gusta cuando pueden ir juntos, aunque no lo demuestre. Una vez cada quince días aprovechan el viaje y traen una garrafa de supergás, porque en la estufa a leña ya no hay más leña. Ahora hay botellas de vidrio llenas de agua y flores, y también una olla de cobre y una plancha antigua de metal negro. Las morcillas, los chorizos y la carne se hacen en el reluciente hornito de metal, a fuego moderado, sin chispas ni brasas. Los morrones y las cebollas las calentamos en el microondas.

Ayer domingo comimos carne y mamá compró Coca Cola (a ellos todavía les quedaba vino en la alacena). Abrí la botella y serví para mi hermano y para mí. Mi vaso era más grande y lo llené hasta el tope. Miré a mi hermano pero él no dijo nada. Parecía no importarle, como si de pronto hubiera dejado atrás los milímetros y los puñetazos. Mamá no se sorprendió al ver que la botella bajaba tan despacio, y se olvidó de repetir que en realidad no debíamos tomar nada durante las comidas, que si queríamos había que hacerlo una hora antes o una hora después. Eso decía, mientras acompañaba el bocado de carne con un sorbo de vino.

Antes de pararme le ofrecí a mi hermano servirle un poco más y él asintió con la cabeza, mientras contaba su chiste del gallego que contrabandeaba carretillas. Luego tapé la botella, recogí las sobras y me levanté de la mesa. Guardé todo en la heladera, agarré una manzana y me fui a ver televisión. Al pasar destrabé la tranquita del piso y la puerta vaivén se cerró, asegurándome que no oiría los resoplos de mamá al quejarse de lo difícil que era limpiar el hornito de metal. Tiene más vueltas que el oído y la grasa queda pegada en los alambres y hay que calentar agua y pasarle con la de aluminio y por qué no compramos ravioles. Me dejé caer en el sillón y prendí la tele. Arrimé la estufa, la puse en dos y me quedé quieto, tieso, mirando fijo a través de la ventana, intentando recordar si lo que me había esperado tantas mañanas en la vereda era una rana o un sapo, si era yo el que eructaba o ella la que me croaba tan atrevida.

18 comentarios:

Luciana dijo...

Como el tiempo pasa, los padres cambian, uno también y los detalles que marcaban tu vida se vuelven vagos, innecesarios e imprecisos; y entonces no sabes o no estás seguro si los detalles de hoy los retendrás lo suficiente. Y entonces escribes. Escribes para no perderlos.

Jean Georges dijo...

Tantas ranas sueltas por ahí, que alguna se me subió a la espalda. Es por eso que este comentario, se transformó en un post deforme que creció en Ganímedes. Vaya a verlo.
Y que la fuerza sea con usted.

Ligustrino Campana dijo...

No se niegue don Tertuleando, sé que poner marcas registradas no es lo más poético del mundo, pero a Cortázar nadie le decía nada cuando mencionaba los Gauloises y otra infinidad de marcas de autos en "Autopista del sur". Son parte de la vida, qué se le va a hacer. Sería antinatural negarlo y en vez de Coca poner "refresco", "gaseosa", "jugo negro con efervescencia", etc. En fin, brindemos igual, con lo que sea. Salú.

Jean Georges dijo...

Sr., el asuntejo va mañana. Hoy se complica.
Odio los ciber sin ranura horizontal donde introducir elementos que acumulan datos (por no decir diskettes, es que no me gusta).

Anónimo dijo...

Todo acaba por calcinarnos. El punto es saber arder a la maxima expresion en el momento menos pensado. Despues nos quedan recuerdos de carbon, pero nunca el fuego (el fuego nunca es recuerdo, siempre es chispa en los ojos, deseo presente, manos que parietan, termomentro corporal, sudor). No se apague ligustrino, aunque todo lo demas lo haga.

Dharma dijo...

Tengo iguales recuerdos del camión de la leña, sólo que la casa de mis padres está es la urbe y no había ranas esperando en la entrada (aunque sí sapos deambulando en el fondo).
Mis padres solían usar los mismos argumentos para el consumo o abstinencia de determiadas cosas, que ellos llamaban "lujo".
El vino fue adoptado en estos últimos tiempos, ahora que mi hermana los transformó en abuelos, y que la hija menor (es decir, eu) tomó su propio rumbo.
Me vi en muchas de estas imágenes entre perdida y entcontrada...
Gracias!

pomelo dijo...

ligustrino: aqui van las 2 mezclas que conozco para el pisco:
1. piscola: un vaso, 3 hielos, pisco y coca cola. Si quiere agregue una rodaja de limon o unas gotitas de amargo de angostura.

2. Piscosour (este si que es rico): una medida de limon por 2 1/2 de pisco en una juguera, agregue azucar a gusto (o goma), echele unos hielitos y una clara de huevo. Prenda la licuadora.
Y beba.
un besote tremendo, don ligustrino.

Anonymous dijo...

Gracias por tu comentario en mi blog y felicidades por el tuyo. Saludos desde México! Laszlo

galgata dijo...

A nosotros tampoco nos compraban Coca Cola por la misma razón, excepto los viernes.. hoy sí porque es más común y por eso más barato jajaja... Y yo también me fijaba en las ranas, pero no quería matarlas, las acechaba sólo para mirarlas, en estanques de un gran parque al que iba y todavía voy... y nosotros tampoco prendemos ya la chimenea, pero por el smog de acá más que por otra cosa... jajaja... qué increíble ver cómo las infancias son tan parecidas, me imagino que al final sudamérica es sólo un pueblecito :)
Me encantó tu post.

galgata dijo...

Mi sueño era tomar la rana en mis manos, para que me salieran verrugas, me llevaran a quemarlas al doctor y me regalaran galletitas en recompensa jajaja

cris dijo...

Primera visita, pero no la ultima, seguro.
Muy buen post, lleno de ternura, poesia y nostalgia.

.::PaLoMa::. dijo...

Lamentablemente para mi, el estudio me llama (más bien, mi papá a que estudie), por lo que quedé en la mitad de tu relato. Juro que lo leeré completo y postearé mil veces si queres. Ja. Sólo decirte gracias por tu comentario en mi blog, y que bueno que se fue el prejuicio, todavía queda humo por acá.
Va el abrazo...!! Volveré..
.::PaLoMa::.

El señor K. dijo...

Curioso que cuando uno se interna en el laberinto del recuerdo a la salida -si es que la encuentra- estás completamente desnudo aunque te acuerdas muy bien de haber entrado correctamente vestido con el traje sastre y el corbatín rojo.
Y la Coca Cola, qué detalle, qué metáfora de cómo las cosas van transformándose en aquello que nunca esperamos y que, incluso, a veces detestamos.

Fer dijo...

No concuerdo para nada con el comentario de tertuleando. En mi casa pasaba exactamente lo mismo con la Coca-Cola...

Muñeca dijo...

Cómo cambia todo tan rápido y sin darnos cuenta! en mi casa también era si el tema de la Coca-cola, pero en vez de agua nos daban jugo Tang...
También me retaban por jugar con el fuego, y una vez de tanto saltar sobre el fuego me caí sobre el fuego y lloré un montón, pero no me pasó nada; quizás si me hubiera pasado hubiese dejado de jugar así, o quizás no sé...
Seguro que me hubiera quemado menos veces en mi vida...
Saludos!!!

Ana dijo...

Estimado, nuevamente TE APLAUDO. Hacés magia con las palabras y cada una de ellas en su exacto lugar para relatar algo que casi se puede ir viviendo a medida que se lee.
Te sigo leyendo, definitivamente.

principio de incertidumbre dijo...

Discrépole con unos de los comentarios de arribísima. Es mejor ser fiel a las palabras cotidianas, en cualquier texto, si se pusiera "bebida cola", uno sabe que le están metiendo el perro y se las toma.
En mi casa pasaba algo muy similar (casi que raspando el borde), además que lindo saborear la coca un día, las burbujitas picaban más.
Por culpa de mi atracción al fuego, cierta tarde de navidad, previa del asado, caí sobre las brasas y una de mis rodillitas se llenó de ampollas. Ahora sólo hay una pequeñita cicatriz. Pero qué lindo olor a carne chamuscada, aunque en ese entonces no tenía nada de que arrepentirme como Amaranta Buendía (quién se chamuscó una mano, en cura de burro), de Cien años de Soledad.
Saluditos.
;-)

Luciana dijo...

No sé porqué cuando chica tb tomar Coca Cola era sólo de cuando en vez...porque se acababa en el día...eso me hizo sonreír, pues era la misma sinrazón, como las muñecas de mi prima, que se guardaban en el closet para que se mantuvieran y no se rompieran.

Nos guste o no, la coca cola es parte de las biografías de este rincón del mundo. Nadie ha visto un corto animado de una gota de coca cola que termina creando un nuevo mundo? Si alguien lo vio (es de hace 15 años al menos, con Bolero de ravel de fondo) por fa diganme como se llama...