domingo, agosto 10, 2008

se aceptan números atrasados

¿Es la envidia o es otra clase de monstruo que me ataca, dando batalla sin tregua, hasta dejarme reducido y recluido en un rincón, como una pila de escombro apático? ¿Es la envidia o qué, lo que por algún extraño proceso de metabolismo deviene en apatía, así porque sí?

Es que mi imaginación se inventa cosas y hace tremendo barullo, incapaz de discernir entre la mentira y lo verdadero. Ella me imagina siendo feliz en otra parte, en algún lado, en cualquier país, en una montaña, perdido en un valle con las rodillas al viento y una flameante melena, recogiendo leña de árboles caídos, que son sólo eso, árboles, no personas… encendiendo una vela comprada en el almacén más cercano a diez kilómetros, leyendo un libro, amándote, olvidado, enterrado en la tierra y con el cuerpo entero embalsamado en su anestesia general, santo remedio contra el paso de los tiempos, tiempos comprimidos en relojes y reducidos a horas minutos segundos. Ella me imagina feliz así, en otra parte, y yo le agradezco automáticamente, pero al girarme hacia la ventana lo único que veo es un jardín y el auto del vecino, y a una señora que pasa con un sombrero negro y una cartera tan grande, que debe llevarla colgando a un costado a la altura de las rodillas, como si fuera una chismosa.

Y la envidia sale de sus trincheras y avanza en mi terreno cada vez que imagino la imaginación de otros hombres, hombres que por alguna razón, por el mérito de sus hazañas, han entrado en mi imaginario y me han cautivado, y que por el mismo motivo ahora me torturan y llaman a gritos a la puta envidia, que no tardará más que unos segundos en convertirse en apatía. Imagino lo que han caminado, lo que han andado, lo que han subido, de todo aquello de lo que se han desprendido y me siento asfixiado por la ansiedad, por el contraste entre lo rápido que pasa el tiempo y la lentitud con la que mi humanidad se desenvuelve. Así que quizá sea momento de hacer algo al respecto.

Equis. Anestesiarse contra el paso del tiempo, tirar el reloj a la mierda, olvidarse, ignorarlo, hacer oídos sordos al continuo exasperante de su tic tac y seguir andando y detenerse bajo un refugio a estirar las piernas cada vez que me dé la gana. Aunque parezca imposible, aunque me encuentre rodeado por estas maquinitas del demonio.

Ene. Deshacerse de las imaginaciones cobardes como la mía, las que se refugian y preocupan demasiado por lo que han hecho los otros, en vez de salir a morir y dejarse de joder. La palabra clave acá es hacer, que puede estar precedida o sucedida por el pensar, pero nunca por esta clase de imaginación escapista, esta especie de bicho estúpido, elucubrador de marañas masturbatorias, nebulosas miopes y otros cuentos. Hay que hacer y hay que pensar y hay que volver a hacer, hacer, hacer, hacer. En fin, lo que me hacen falta son pelotas, más que pelotas, bolas de cañón, hermosas esferas rodantes, galopantes, giratorias, pelotas balas que corran volando atropellando atravesándolo todo, todo, todo. Hoy reniego de la línea recta, del continuo vital, de las ambiciones con cara de futuro grandioso, de las recetas para llegar a ser alguien en la vida, algún día...


Hoy me da en el quinto forro tener que sostener la careta con la flecha que señala que todo está bien, que todo va para adelante, como siempre, tranquilo, tirando. Minga, señor. Hoy me levanté con ganas de morirme... ¡Desearía no haberme levantado! Hágame retroceder veinte casilleros. ¡Ya! Hoy no tengo ganas, hoy no, hoy no muevo un dedo, hoy me quedo quieto, en mi molde, en mi sayo, sin hablar, sin contraer el cristalino. Me niego a hacer foco, a concentrar mis energías en luchar contra el tedio, contra la no pertenencia, contra el hecho irrefutable de que todo hombre, al fin y al cabo (y como dijo alguien que ahora no recuerdo), es una isla. Hoy no, hoy no. Hoy voy a ver si puedo tolerarme a mí mismo por un buen rato. Voy a ver quién gana este serio mortal contra el espejo, así que se acabaron las excursiones, canceladas por mal tiempo, con o sin buena cara, me importa un pito, hoy no se venden boletos para la función. Hoy me voy, me encierro en lo alto de una torre y me hago monje. Arruino la cosecha de los días pasados. Al carajo con las relaciones humanas. Me dispararon, caí, muerto estoy, déjeme acá, gracias, fuera de la cinta automática, fuera de este jueguito tan divertido y diversificado llamado progreso, lejos de la cola de gente esperando su equipaje en la terminal del puerto. Hoy no.


Creo que perdí el ómnibus. Camino.

2 comentarios:

Jean Georges dijo...

y si saliéramos a morir por ahí, espalda con espalda, floretes al viento para levantar polleras y mirar?
Que lindo mirar como flamean al viento mientras podemos tomarnos una grappamiel frente a la playa, las paredes que hablan con caras deformes y nada más que hacer. Esperar. El tiro de gracia debe caer y bañarnos de sangre.
Mientras, lo único que queda es el refugio mental.
Ganímedes está siendo despoblado a pasos agigantados, los pastizales toman las casas y Atilio Orestes Lafinur mira todo desde sus silla mecedora en el jardín.
Hay que podar los jardines. Y usted es el único que sabe usar esa motosierra. Espalda con espalda, si se anima.

galgata dijo...

Lo que pasa es que uno tiende a pensar que toooodos los demás tienen vidas más interesantes que la propia... y lo más curioso es que los demás suelen pensar justamente lo mismo jajaja...

Aún así el proceso siempre es personal e increíblemente íntimo... aún cuando quiera transmitirse... íntimo.