sábado, septiembre 03, 2005

la cafetera huérfana

Estamos a mediados de otoño y los días son gélidos. Parece invierno. Ayer volví de Buenos Aires. El viaje dura seis horas, de Tigre a Carmelo y de Carmelo a Montevideo. Y aunque uno se acostumbra y las horas pasan cada vez más rápido, más iguales, el tiempo sobra para pensar en las cosas que me quedan pendientes para hacer cuando llegue a casa. Siempre que vuelvo hago lo mismo. En algún bolsillo llevo una pequeña libreta y una birome. Una vez abordo y con los pies acomodados bajo el asiento de adelante, saco la libreta y comienzo a hacer la lista. Los primeros puntos son casi siempre los mismos: ordenar el dormitorio, quitar aquellos papeles de allí y ponerlos allá, poner los libros sobre el estante, archivar los que no quiero leer, ésos que heredé de algún lado y que sólo están ahí para hacerle compañía al resto. Y así avanzo en la lista y las palabras se van sucediendo de una manera inconsciente, por libre asociación de ideas o gracias a la mano de la lógica.

Ayer, cuando el ómnibus llegó a la terminal, guardé la birome y releí la lista. De las dieciséis acciones que tenía anotadas para hacer hubo dos que me llamaron la atención. Tres: guardar el televisor viejo que no funciona.

El televisor calzó a la perfección en un espacio vacío que vivía en mi ropero. ¿Qué hacía ese televisor en mi cuarto? El televisor sí funciona, pero no hay nada a qué enchufarlo. Ni corriente eléctrica ni antena. Sólo servía como soporte para el equipo de música que estaba apoyado encima. El hombre es un animal de costumbres. Uno puede vivir inmerso en el más inmundo de los chiqueros y acomodarse en él como si fuera el lugar más lujoso. Sólo hace falta salir unos días para darse cuenta del verdadero chiquero en el que uno vive. Si me quedara sentado en casa no podría hacer más que la lista de los mandados. Por suerte pude estar dos semanas fuera de casa. Ahora el radiograbador descansa más cómodo con todo un estante destinado para él. A su alrededor sobra espacio para apoyar otras cosas: enchufes, discos, casetes, una revista, objetos que esperan mi próximo viaje para ser incluidos en la lista de actividades pendientes.

Once: arreglar la cafetera. Este fue el segundo punto que me llamó la atención.

Debajo de la escalera de casa hay un gran armario que funciona como depósito de cosas que han caído injustamente en el desuso. Un depósito puede ser un tesoro. Por ordenar, por limpiar, por capricho o por lo que sea, muchas veces uno guarda o esconde adornos y utensilios. Luego, por olvido o desatención, esos objetos comienzan a agonizar y nadie se acuerda de ellos. Uno los abandona sin querer y allí quedan, a la deriva, con su belleza opacada tras las puertas del armario, como una madre que abandona a sus hijos o los lanza a un abismo oscuro para esconderlos de la vergüenza ajena. Objetos antiguos, pasados de moda. Bienvenidos los nuevos, plástico, telas sintéticas, edulcorantes.

Sin embargo, cuando más tarde uno recorre otras ciudades, visita otras casas y se encuentra con otras historias, se siente atraído por los objetos que tienen olor a viejo y a tradición. Como cuando una pareja viaja y entra a un café. Ellos se sientan junto a la ventana, uno a cada lado, levantan el dedo al mozo y ordenan. Están haciendo turismo y reparan en cada detalle, todo les llama la atención. Pasean su vista por el local y comentan cada cosa, cada adorno, cada objeto que les recuerda a algo y aviva sus sentimientos. Es como un olor que llega de otra galaxia, pero que sigue de largo y es también olvidado, al posarse sus ojos sobre aquel otro nuevo detalle.

Y con mi cafetera pasaba lo mismo. Mientras estaba en Buenos Aires visité a una amiga y ella me invitó a tomar café. Me enseñó los pocillos nuevos que se había comprado. Muy lindos, uno de cada color, haciendo juego con sus respectivos platitos. La acompañé a la cocina para no perder el hilo de la conversación, y allí mismo, sobre la mesada de granito, vi la cafetera. En ese instante no le di importancia y seguí hablando. El café estuvo pronto, ella los sirvió y fuimos a sentarnos al living. Fue cuando di el primer sorbo que los recuerdos se me vinieron encima. ¡Mi cafetera! Igual a la mía. ¿Dónde estará? Hace poco tiempo la había vuelto a ver, al hacer lugar para lanzar al tártaro un viejo cenicero de cristal. Le dije a mi amiga que el café estaba rico y me dio vergüenza confesar que yo tenía una cafetera idéntica, pero en desuso, olvidada en algún rincón de los depósitos. Me limité a preguntar qué café era y seguimos hablando de otras cosas.

Al bajarme del ómnibus y releer el punto once, me dije que lo primero que haría hoy era buscar la cafetera y llevarla a arreglar. Ahí estaba, esa era la razón por la que la cafetera había sido lanzada al olvido. Algo en su sistema había fallado, y en lugar de repararla, mi madre la había desterrado a los confines del armario. Me sentí culpable, estúpido y culpable. Cargué mi bolso y vine a casa. Hoy me desperté y no tuve hambre. Pensé que lo más justo era sentenciarme a un día de ayuno. Lo único que me preocupaba era llevar a arreglar la cafetera. Sabía a dónde y cómo, me acordaba qué era lo que había que arreglar. Me vestí, di vueltas, guardé el televisor, ordené un poco el dormitorio y busqué la cafetera. Revisé el armario bajo la escalera y no me detuve en ningún objeto que no fuera la cafetera. Pero ella no aparecía por ninguna parte. Revisé también mi ropero, la cocina, los cajones. Nada. Había desaparecido. Llamé a mi madre y le pregunté si se acordaba dónde estaba. Nada. Después cuando yo vaya la buscamos bien, no te preocupes. ¡Pero yo la quiero encontrar hoy!

Sé que soné muy estúpido al teléfono. Nadie se preocupa tanto por una cafetera. Si no va hoy, va mañana. Pero yo prometí que iba a ir hoy. Por lo menos debería aparecer, decir hola. De haberla extraditado para siempre, nunca se lo perdonaría. Entonces volví a revisar el armario, la cocina, los cajones. Palpé cada bolsa y abrí cada caja, pero nada. Era como si el mundo de los objetos abandonados conspirara contra mí. Y ahora me da miedo dejar pasar el día. Temo acostumbrarme otra vez al chiquero y abandonar por segunda vez la cafetera. Sé que es necesario actuar y cumplir el punto número once hoy mismo. Pero me siento frustrado y hambriento. Todos los esfuerzos resultaron inútiles y el ayuno fue cumplido a rajatabla. Todavía faltan catorce minutos para que sea martes y mientras tanto no puedo hacer otra cosa que cumplir mi condena en paz, sentado frente al escritorio, sin querer dejar que pase esta preocupación, la misma con que espero despertar mañana.

15 comentarios:

Fer dijo...

Hay cosas que uno deja atrás, que las olvida, o que las oculta en la memoria con la excusa de que hay "cosas más importantes en las que pensar"... Pero cuando por casualidad o el azar las redescubrimos son como pequeños tesoros... No nos engañemos, son meros objetos, pero por un instante son casi obras de arte...

Suerte que su cafetera y que el dios de los objetos perdidos se la devuelva pronto.

Salve.

Lety Ricardez dijo...

Percibo su necesidad y la comparto. Si le sirve de consuelo, le diré que yo a veces he escondido mis días, tan bien, que muchos, no volví a encontrarlos. Le dejo mi saludo cordial

Unknown dijo...

Ya sabés que me encanta.
Un gustazo haberla conocido en persona a ella y a su café :)

Jean Georges dijo...

Y si se fija bien adentro, al fondo de la cafetera,
¿no habrá algún campo con torres de alta tensión envuelto para regalo?

Luciana dijo...

Recele a la Santa Elena,
la patrona de las cosas perdidas.

Funciona.

Con cosas como las cafeteras, con otro tipo de pérdidas, no estoy tan segura de su eficacia.

(qué metáfora es la de las cosas perdidas...)

(yo no sé donde dejé un sombrero)

Eva dijo...

Me encanta venir a leerte, hoy no fue la excepción...

Jean Georges dijo...

Vecino, tiene una tacita de azúcar?

Hectorchamboli dijo...

Hay cosas que tienen mucho valor, yo por ejemplo amo mi escritorio, no podría vivir sin él, lo amo aunque sea antiguo y de madera barata, entiendo lo de la cafetera.

PD: uno de mis sueños es conocer Buenos Aires.

UMA dijo...

Ligustrino, recuerde, las cosas siempre estàn en el ùltimo lugar que las buscamos;))
Me ha dejado preocupada, perder algo tan querido, o peor que otro lo pierda por nosotros, eso sì que quita el sueño!
Espero haya amanecido con la misma preocupaciòn, si alguien la tirò al rìo quizà haya amanecido en mis costas, le prometo ir en busca de la misma, le mandarè un mensaje en una botella si doy con ella, solo me falatan algunas "señas particulares"...
Saludos sureños, le invito un cafè y hablamos del tema;)

.::PaLoMa::. dijo...

Ligustrino!!! Perdóname pero no he tenido tiempo de leer tu post, el estudio me consume y en el colegio me explotan. Gracias por tus comentarios y juro que volveré..un beso cuidate!
.::PaLoMa::.

galgata dijo...

Es increíble la perspectiva que da la distancia... A mí me pasa parecido!! Mi pieza es un verdadero museo en miniatura, una casa de curiosidades como la de Ripley's (jajaja), pero no es sino hasta que me voy y vuelvo que me doy cuenta.
Claro, luego hago las medias listas pero desgraciadamente no soy luego tan pulcra en ellas... jajaja.. se me olvida hasta la próxima y así y así

Anónimo dijo...

Perderse uno mismo en su propia casa.
Quizás el problema haya sido ordenar.

Gracias por "gélido", era un adjetivo que mi memoria valoraba y rastreaba hacía un año (ya la había vuelto a inventar: gelático! qué horror!). Gracias, gracias en serio!

UMA dijo...

Ahh, buèeee no sòlo cafetera abandonada!
Blog abandonado tambièn!!, te envìo como archivo adjunto a mi psicòlogo, a ver si por lo menos te encuentra la cafetera;))
Besazo!Ligus;))

Ligustrino Campana dijo...

¿"Blog abandonado", doña Uma? No entender medio pomo. Quedarse en intento. Neuronas mueren, no quieren pensar más. Mejor preguntar, ¿"blog abandonado", doña Uma? ¿Lo que usté quiso dicer?

UMA dijo...

Ligustrino,la KDF-8 me ha jugado una mala pasada y mi disco estaba tan rìgido que me fui a surfear por dos dìas, ya he vuelto magullada y me reintegro a su blog bombeada por la resaca.
Sepa disculpar las molestias, estamos trabajando para usted.