miércoles, julio 30, 2008

snif snif el fin

Cambio de estación, se fue el otoño, viene julio, mes de hombros caídos y rostro chupado. Pero eso a nadie le importa; sólo a un puñado de periodistas que disfrutan de hablar de lo mismo año tras año, del veranillo de San Juan, de la pelusa que pierden los plátanos, de las alergias, de las vacaciones, de las fiestas, los feriados y el veranillo otra vez. Sí, cómo pasa el tiempo.

Y hay una piel que se me cae, que comienza a desprenderse sin permiso, sin excusas ni explicaciones. Es la piel de alguien que había querido ser trascendente, eterno, una personita a la que le hubiera gustado figurar en las páginas de la historia como el hombre que... Es una piel que cae y que me gusta pisotear. No duele.

Y no es sólo una cuestión de piel. De este árbol también caen manzanas, sueños, edificios enteros, castillitos de naipes, cosmogonías de cartón, escenografías de papel maché y otro baúl lleno de cosas que uno acumula y construye con los años, casi sin querer, como apilando todo lo que podríamos llegar a necesitar en caso de que otro meteorito haga añicos la faz de la Tierra.

Me siento como Jim Carrey chocando en su barquito contra el horizonte. Subo la escalera que estaba camuflada bajo un par de nubes y abro la puerta hacia el más allá. Una mezcla de orgullo y de sentirme estúpido. La cantidad de años perdida: la sumo y estoy en rojo. Veo el mapa, intento descifrar el camino que quise recorrer y me pregunto para qué carajo...

La cadena me ata al palo y aunque sé que bastaría con un leve cinchón, no lo hago, no puedo, no sé, tengo miedo. Me asomo por la puerta al final del horizonte pero no abro los ojos. Olfateo la oscuridad, tengo la nariz tapada, no estoy seguro de percibir algo. De todas formas me siento un ganador por haber encontrado y abierto la puerta... O quizá esté errado y mis ojos sí estén abiertos, pero no lo sé. Acá fuera todo está oscuro. ¿Será así? ¿Será que no hay nada hecho, nada construido, ningún libro escrito, ninguna película filmada aún? ¿Adónde dará este patio ilimitado?

La pintura cae a chorros como agua por las paredes, como el sudor entre las cejas de un corredor amateur. El rojo se destiñe y asoma el amarillo, luego el verde, todos los colores, hasta dejar la madera limpia. Y luego la madera empieza a ponerse negra, en el centro, como una concha. Y blanco, un humo blanco y viscoso emerge. Y fuego. La madera comienza a quemarse y del otro lado todo es negro. Se desparraman los conceptos, se pierden, se atrofian, emigran hacia lenguas que no conozco, ¡que ni ellos mismos conocen! No se entienden, no se hablan, se dan la espalda y se van caminando, desequilibrados, tambaleándose y chocándose entre sí y contra los marcos de las puertas. Parecen buscar una salida, pero no la hay. De hecho todo es salida, todo es entrada, todo es mentira, no hay una cosa ni la otra. ¡Son libres! Aunque no sepan a dónde ir, son libres.

Pero yo no. Yo estoy atado a su puta libertad, a su incomunicación, a su no me dicen qué hacer, y me quedo quieto. Paralizado, atento, esperando, escuchando el suizo e invariable tic tac del reloj... Aunque ya no lo siento como si fuera un percutor acalambrante. Siento que podría quedarme fumando en el centro del living hasta mi muerte.

Es una simple oportunidad lo que estoy esperando, una puerta detrás de esta puerta que abrí en el horizonte. El aire acá es mucho más fresco, sin duda, pero el paisaje no me habla, me esconde las señales y no me da las instrucciones... Si es que debería esperarse algo semejante a un manual.

Canto versos en el idioma de los no nacidos, los no civilizados, de los locos, de los sordos viviendo en una alcantarilla sin ver la luz. Hablo, hablo, hablo sin conjugar los verbos. No uso las vocales. Aprieto las consonantes, me dejo llevar, gargareo en cualquier nota y sin afinar, eso no es lo que se usa ahora, no es lo que me importa. Me robo las cosas que acumulé en mi interior y las tiro para fuera, las vuelco. Les saco los zapatitos y las echo al mar, arrojándolas por el tobogán de emergencia que va inflándose a estribor, mientras este barco arde en llamas, ridículo, solitario, a grito pelado en medio del Río de la Plata.

¿Qué va a pasar cuando el último calzoncillo sucio sea evacuado? ¿Qué va a pasar cuando mi bóveda se vacíe? ¿Volaré? ¿Desapareceré tras una muda implosión?

Un cartel indica y alerta, tintinea, letras blancas sobre fondo rojo: inicio proceso de desintoxicación mundana. El sistema le desea mucha suerte. Adiós.

Me duelen los ojos, me cuesta hacer foco en el más acá. La mesa, las sillas, la ventana, las lámparas, todo parece titilar, como estrellas binarias, su esencia desdoblada entre lo que son y lo que yo siempre creí que eran. Muestran una falla, un error, una pizca de aleatoriedad entre tanta certeza. Y cansa la vista, pero aguza el cerebro y me vacía el estómago casi por completo. Me dicen que son sólo cosas, carajo, y como cualquier otra, y que si bien a veces son necesarias para cumplir ciertas funciones, también es cierto que podemos vivir sin ellas. Me confiesan que a fin de cuentas ninguna es cien por ciento imprescindible. En cualquier otro momento, futuro o pasado, hemos hecho casi todo tipo de cosas en nombre de la necesidad, cosas ahora aparentemente imposibles de ser repetidas. Hemos dormido a la intemperie, bajo un árbol, con las mochilas como almohadas atadas al cuello, hemos dormido a un costado de la ruta, improvisando la carpa en medio de la lluvia, hemos estado a doscientos y pico de kilómetros lejos de casa con tan sólo cinco miserables pesos en el bolsillo, hemos cocinado sobre una plancha de lata oxidada, hemos calentado agua en botellas de plástico, hemos sobrevivido más de un día a base de restos de martini y limón, y por sobre todas las cosas, nos hemos sentido vivos en nombre de la necesidad. Amén.

Veo por televisión el desprendimiento del glaciar Perito Moreno. Por un momento creí que mis entrañas eran de ese color blanco azulado, sólo que sin el logo de Crónica TV impreso.

¿Por qué insistimos tanto en jugar al progreso, en tomarnos estas cosas tan en serio, en atarnos a un trabajo como si fuera el último oasis del planeta? Si respiramos tan sólo unos pocos años y enseguida nos pasan para el otro lado, a reposar eternamente, para dejarle el lugar a otro. Ojalá se acordaran de enterrarme junto a un despertador que sonara todas las mañanas a las siete menos cuarto, para gozar escuchándolo sonar y sonar durante media hora, sin tener que levantarme a desactivar su infernal tiririrí.

En cuatro minutos comienza mi huelga, la sentada que organicé en mi propio living, y hasta ahora soy yo el único presente. Las palomas mensajeras que envié fueron masacradas por el enemigo, así que supongo que no pasará mucho tiempo hasta que me quede dormido. Voy a revisar el plan para mañana y besarme buenas noches.