jueves, noviembre 17, 2005

la mosca radioactiva y las tazas feas

¡Qué asco! ¡Qué asco! ¡Qué asco! Llego al final de la segunda taza de café y me encuentro con una mosca nadando entre la borra, batiendo sus alas entre ese resto de lodo amargo. Qué maldición. Y no puedo drenar mi estómago, no quiero vomitar, odio vomitar.

A media tarde hice café y sobró. El resto lo guardé en el microondas, un lugar que hasta hoy consideraba seguro. Quiero parar de pensar en que quizá algún líquido segregado por la mosca se haya metido en mí. Podría haberme tragado la mosca, pero tuve suerte. Antes del último buche miré el fondo de la taza. ¡Qué asco! Cuando la vi entre la borra todavía estaba viva, nadando, y calculo que todavía sigue viva junto al resumidero de la pileta. Con el café instantáneo no pasan esas cosas. A las moscas tampoco les gusta.

Arreglé la cafetera. La gomita costó nada más que treinta pesos, y medio kilo de café, sesenta y nueve. La señora que me atendió dijo que la debía limpiar bien antes de usar, porque tiene hongos, y los hongos se comen el metal. Y limpié la cafetera. Pero la señora no dijo nada acerca de las moscas que se toman el café. No sé si ir a reclamar. Me parece que la señora no tiene la culpa. Después de todo debo alegrarme por que la fianza fuera tan barata, por que treinta pesos haya sido el costo total para tener a mi cafetera de vuelta, vivita y humeando.

En realidad la cafetera no es mía, la heredé de mi madre. Digo, no la heredé en el sentido estricto de la palabra, sino que la adopté, la recuperé. Mi madre la había abandonado y yo la traje de vuelta. En todo caso se podría decir que la heredé de mi abuela. Ella fue quien la trajo de Italia. Hoy almorcé junto a mi padre y mi madre, y ella quiso encargarse de hacer el café. Me pareció un fabuloso reencuentro, aunque me dieron ganas de echarle en cara su negligencia cuando me preguntó cómo hacía para darse cuenta cuándo el café estaba pronto. Es como olvidarse de andar en bicicleta. Son cosas que se saben una vez y no se olvidan jamás.

Así que la cafetera ya está arreglada y puedo entonces tachar con mucho gusto el punto número once de la lista. Pero el asunto de la mosca me hizo pensar en las tazas. Mi rechazo por las tazas que se usan todos los días en mi casa no es nuevo, pero como dije antes, el hombre es un animal de costumbres y se acomoda con todo lujo a su hermoso chiquero. La taza donde nadaba hace un rato la mosca es una taza de cerámica blanca, con una delgada línea azul alrededor de la boca y un logo inscrito en color naranja. Pocas combinaciones de colores son tan feas como esa. Blanco, azul y naranja. Recuerdo que mi padre recibió esa taza (y otras dos idénticas) como souvenir en una de esas fiestas que organizan los colegas del notariado en conmemoración del aniversario de no sé qué cosa. La fiesta debió haber sido maravillosa. Aun así espero que mi padre no haya pagado ni un mísero centavo por esas tazas. Lo que no entiendo es por qué tres. Como souvenir siempre se suele entregar sólo un ejemplar. ¿Será que otras dos personas se olvidaron a propósito de llevarse sus tazas? Cómo las envidio. Seguro no tienen moscas nadando entre la borra del café.

Pero veamos el lado positivo, insisto. La cafetera ya está arreglada y sólo costó treinta pesos. También tengo café para unos cuantos días. Ahora sólo queda ejecutar unas pequeñas reformas en los utensilios que anidan en el armario sobre la mesada de la cocina. Aclaro que mi rechazo por las tazas no se debe sólo a las tres que mencioné; hay otras cuatro también responsables de arruinarme el paisaje cada vez que abro la puerta. Una tiene el escudo de Peñarol, otra dice “I Love You”, y otra, la que más detesto, dice el nombre de alguien que no conozco. El nombre está estampado de manera prolija, en letras negras sobre fondo blanco, y el diseño en sí no es lo que me afecta. Lo que me saca de quicio es no saber cómo llegó esa taza a mi armario. ¿Quién es Francisco? No conozco a nadie en mi familia que se llame Francisco, nunca fui amigo de nadie que se llame Francisco, no sé qué es de la vida de alguien cuyo nombre es Francisco, y además no me gusta el nombre Francisco. Me hace pensar en Franco, en Pisco, en Risco, en nada agradable.

Y luego quedan otras dos tazas más, que aunque estén demacradas merecen un gran respeto. Son dos tazas inglesas iguales a las que aparecen en Taxi Driver, en la escena en que Robert De Niro y Cybill Shepherd charlan en el café. Son dos tazas de cerámica blanca, con el lugar de origen inscrito en la parte inferior, con dos líneas azules y una roja alrededor de la boca. Son dos tazas que han sido humilladas y obligadas a cumplir trabajos forzados. Y acuso a mi madre, la delato. Varias veces la vi partir y verter los huevos dentro de esas tazas y cocinarlos en el microondas. Y admito que yo también lo hice alguna vez, pero lo aprendí de ella. ¿O acaso fui yo el que descubrió esa forma de cocinarlos? No. Fue ella la que sacó esas locas ideas de una revista. Maldigo esa revista, esa impaciencia, esa ansiedad de no poder esperar a que hierva el agua. ¡Sólo seis minutos! Por eso ahora las tazas están rajadas, a punto de partirse en pedazos, todo por culpa de la radiación. Cuando uno apoya las tazas ya no suenan a cerámica. Es un ruido amortiguado, acolchonado, y uno siente que cada parte de la taza tirita por el miedo a desmembrarse.

Sin embargo, gracias a la vuelta de la cafetera, no habrá que esperar mucho más tiempo para que esas dos tazas sean redimidas y reciban su merecido descanso. Una noble retirada, un entierro pacífico y honorable es lo que tengo preparado para mañana. Mientras tanto, Peñarol, I Love You y Francisco serán extraditadas a los confines del armario, olvidadas para siempre sin ninguna culpa. Será entonces que con café recién hecho, libre de moscas y radiación, recibiremos a los nuevos utensilios.

martes, noviembre 01, 2005

otra oportunidad

un instante se abre
salgo al camino
en el borde veo
un hueco de luz

me asomo al cielo
n
o temo caer
en tu mano espero
que me lleves bien

a través de tus ojos todo está mejor

y me tuerzo, caigo
r
uedo sobre el pasto
cruzo sin saber
si en el abismo está la red


A través de tus ojos todo está mejor

salto hacia atrás
a tu reflejo en el mar
ciego y sin saber
dónde estás, si estás
despierta