lunes, junio 28, 2010

comillas: cualquier similitud con la realidad no es mera coincidencia

Viviendo como bestias,
ensuciando nuestros propios nidos,
Humo y Vapor, cristales rotos y latas de cerveza,
Mierda de la civilización ensuciando las calles
Delgada neblina negra sobre los apartamentos
corrientes de agua llenas de petróleo
compañeros peces muertos---



De "La caída de América", de Allen Ginsberg (1973).

martes, junio 01, 2010

comillas canallas

Temo recuperar la memoria de mí mismo. Temo perder la disciplina, casi militar, que ahora tengo, y con ellas mis ganancias en dinero y, por qué no decirlo, en ciertas formas de salud: me despierto más temprano, más ágil, más interesado en cosas del llamado "mundo exterior", con un talante más afable y sintiendo el cuerpo menos dolorido. Tengo ciertas alegrías y bienestares que antes no conocía. También disfruto de algunos bienes materiales que antes no tenía ni creía posible llegar a tener, como, por ejemplo, una heladera eléctrica. Sin embargo, sé íntimamente que esas formas de salud son formas de enfermedad, porque todo lo que pueda estar disfrutando ahora tiene un tinte sospechoso, y un precio atroz. Este precio es algo bastante parecido al desprecio, a un íntimo desprecio por mí mismo. Me estoy reprochando el haber claudicado como artista; fue anoche que encontré, y ya no creo en la casualidad, una frase de Bernard Shaw acerca del artista: "Debe matar de hambre a su mujer y a sus cinco hijos y hacer que su anciana madre de setenta años trabaje para él; todo, antes de claudicar". Citada fuera de su contexto por Gómez de la Serna, esta frase, cuya ironía no sé calibrar, me sirvió de todos modos para expresar eso que yo venía sintiendo, y no por el hecho de no escribir, que siempre es un acto secundario y a menudo prescindible, sino por la forma de estar en el mundo y por una escala de valores que uno se ha creado y que debería mantener a toda costa.

Pero ya me está apenando tener al lector, por más hipotético que sea, pendiente -si es que todavía sigue allí- de estos ridículos conflictos míos. En otras circunstancias yo habría entrado derechamente al tema, habría agotado mis manantiales de horror, le habría vendido mi despreciable mercadería sin que él osara desviar ni por un instante la vista del texto, fascinado por una prosa límpida que teje una estructura perfecta, una traba de redes en las que él inútilmente puede agitarse: no le habría permitido escapar hasta que hubiera agotado la pestilente medicina. Ahora, con cierto rubor, imagino una serie de lectores dispersos, que entran y salen en mi prosa cuando quieren, que saltean párrafos enteros, buscando sustancia, que cierran el libro y deciden no volver a leer nunca más. Pero no estoy escribiendo para ningún lector, ni siquiera para leerme yo. Escribo para escribirme yo; es un acto de autoconstrucción. Aquí me estoy recuperando, aquí estoy luchando por rescatar pedazos de mí mismo que han quedado adheridos a mesas de operación (iba a escribir: de disección), a ciertas mujeres, a ciertas ciudades, a las descascaradas y macilentas paredes de mi apartamento montevideano, que ya no volveré a ver, a ciertos paisajes, a ciertas presencias. Sí, lo voy a hacer,. Lo voy a lograr. No me fastidien con el estilo ni con la estructura: esto no es una novela, carajo. Me estoy jugando la vida.


De "Diario de un canalla", de Mario Levrero.