sábado, enero 19, 2008

1º de julio, 2006, 2:00 am

Hace unos días, de noche, mi padre me preguntó si no le podía dejar libre la computadora por un rato, para mandarle un correo a no sé quién. Dije que sí, cómo no. Guardé, cerré y le cedí la silla. Él se sentó y empezó a maniobrar este aparato que tanto le cuesta. Esperé unos segundos a ver si no precisaba ayuda alguna y luego encaré hacia la escalera para bajar a comer algo. Pero sin quererlo me detuve a mitad de camino, indeciso, pensando que a esa hora de la noche mi padre ya se quedaría arriba y que si yo bajaba ya no íbamos a saludarnos ni decirnos hasta mañana. Aunque fuera de la manera insípida en que lo hacemos casi todas las noches, con él besándome en alguna parte de mi cabeza o golpeándonos los pómulos como dos torpes, sentí necesario despedirme. En cualquier otra ocasión hubiera bajado las escaleras sin pensar en nada, sin calcular si mi padre y yo íbamos a saludarnos o no. Hubiera bajado y listo, si nos saludábamos bien y si no, también. Pero no. Algo en mí hizo cortocircuito y quedé ahí parado a mitad de camino, observando el gesto de su enfrentamiento contra el monitor y la tecnología. Me acerqué, dije hasta mañana y le ofrecí un tímido beso en el cachete (aunque no lo recuerdo bien… no estoy seguro de haberlo hecho; más bien creo que me acerqué, y al inclinarme para saludarlo, él me dijo que ya bajaba, que todavía no se iba a dormir, y ahora creo recordar que entonces me hice hacia atrás, avergonzado, me di media vuelta y bajé la escalera, sintiéndome estúpido, sintiéndome entreverado entre mil brazos de pulpo, arremetido por miles de olas y vientos y tormentas y resacas). Volví hacia la escalera, bajé, evité a mi hermano que miraba televisión y fui cabizbajo hasta la cocina, conteniendo un llanto que todavía no puedo entender. ¿Será que alguna parte de mí todavía quiere decirle algo a ese señor, dedicarle al menos una vez al año una señal de cariño? Cuando estoy conciente digo que no, que todo eso ya no existe y que quizá nunca haya existido (miento en esto último, lo sé). Pero suceden estas cosas, estos baches inconscientes que me hacen dudar. Supongo que reprimidas en algún lugar de mí todavía residen acurrucadas las ganas de decirle algo. Pero no sé qué, ni cómo.